«Dígale que se lo juro por la Diosa Coronada»

El personaje entrañable de Fermina Daza creado por Gabriel García Márquez, ha logrado conquistar miles de lectores en el mundo que han devorado las páginas de El amor en los tiempos del cólera en diversos idiomas y países.
Fermina Daza fue descrita en las primeras páginas de la novela como una jovencita de ojos almendrados, de cabello largo y rubio en una sola trenza, de una belleza sobria y elegante que fue capaz de hipnotizar la mirada miope de Florentino Ariza, siempre seria y con los buenos modos que heredó de su familia, también decidida en cada momento de su vida, a veces con miedo pero con el orgullo necesario para actuar. Fermina Daza es de naturaleza altiva, más nunca soberbia, pues el desdén en los asuntos amorosos son comunes para ella como una barrera para detener las pasiones desenfrenadas o en el peor de los casos defenderse de un cortejo incómodo como sus primeros tratos con Juvenal Urbino, quien a pesar del desprecio de ella, hará lo que sea en sus manos para convertirla en su esposa.
«La diosa coronada» como la apodaba Florentino, posee un don particular, la capacidad de reconocer el aroma de cada persona y es así como descubre la infidelidad de su marido el Doctor Juvenal Urbino a quien ama con un amor sereno y estable de los buenos matrimonios, pero sin el amor
Lleno de ilusión y entrega que plasmaba en las cartas que le escribía su primer pretendiente y prometido Florentino Ariza.
«Te entrego las llaves de tu vida- le dijo.
Ella, con diecisiete años cumplidos, la asumió con pulso firme, consciente de que cada palmo de la libertad ganada era para el amor. Al día siguiente, después de una noche de malos sueños, padeció por primera vez la desazón del regreso, cuando abrió la ventana del balcón y volvió a ver la llovizna triste del parquecito, la estatua del héroe decapitado, el escaño de mármol donde Florentino Ariza solía sentarse con el libro de versos. Ya no pensaba en él como el novio imposible, sino como el esposo cierto a quien se debía por entero. Sintió cuánto pesaba el tiempo malversado desde que se fue, cuanto costaba estar viva, cuanto amor le iba a hacer falta para amar a su hombre como Dios mandaba».
Deja una respuesta